La piel es un reflejo directo de nuestra salud interior. La calidad de nuestro cutis es una clara expresión externa de lo que nos sucede por dentro.
No solemos ser conscientes de ello, pero la piel es un órgano, el más grande de nuestro cuerpo, y está conectado directamente con nuestro cerebro a través de todas sus terminaciones nerviosas que reciben, procesan y transmiten diariamente muchísimos estímulos que nos afectan directamente. Cuando la mente no está en equilibrio, se manifiesta directamente en la piel.
Durante muchos años, la correlación entre la calidad de nuestra piel y nuestros hábitos diarios se solía centrar en estudiar nuestra alimentación, nuestras rutinas de belleza, nuestras prácticas de ejercicio físico etc. Y si bien es cierto que todos estos aspectos juegan un papel muy importante en la calidad de nuestra piel, los estudios actuales se centran sobre todo en la relación entre el estado de nuestro sistema nervioso y nuestra piel. Esta relación es un tema de mucha actualidad que ha despertado mucho interés y ha provocado incluso que haya surgido una nueva disciplina en el ámbito de la dermatología: la psicodermatolgía.
Esta nueva manera de entender los problemas dermatológicos aporta una visión mucho más amplia y completa y nos permite tratar los problemas de piel desde su origen, en lugar de sólo atender a los síntomas. Ambas cosas son necesarias, pero tratar únicamente los síntomas sin atender al problema de base hace que se convierta en un proceso interminable de tratamientos que nunca acaban de resolver del todo el problema.
Llevar un estilo de vida saludable, es decir, una dieta sana y equilibrada donde no falten las verduras y las frutas y movimientos y ejercicios suave diarios, será de gran ayuda para combatir la aparición de impurezas, sequedad y arrugas en nuestra piel. Pero lo que marcará la diferencia será mimar y cuidar nuestro sistema nervioso.
¿Y cómo podemos mimar y ayudar a nuestro sistema nervioso para que nuestro organismo se beneficie y nuestra piel pueda relucir?
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